viernes, mayo 16, 2014



FRÍA, QUIETA Y ECUÁNIME



Amanece mujer, amanece.
Un vez más te quedaste sola, con el razonamiento enmarañado y la efusividad que se te empieza a desperezar por si acaso empezara otra batalla.
Sus argumentos se te montan y te trotan el pecho, el pubis, la sien. Ya nada te lastima, ni siquiera esa inestabilidad tan humana que lo domina.

Intentas estirar el brazo en busca de aquel vaso de vino que resistió desde anoche. Está vacío. Sólo le quedó el estigma sangrante en el fondo del cristal, le asentaste la mirada y fue como un espejo en donde te reflejaste hastiada y pobre.
¡No aprendes más mujer! Te lo digo hasta el cansancio y te empeñas en vivir a los golpes, como siempre lo has hecho, como siempre lo has querido.

Te mueves, te inquietas, lo despiertas.
Vuelves a sentir su mano que acaricia, que busca el sosiego y que intenta comprensión de ti. ¡Justo de ti! Que eres inflexible, cerrada y terca. ¡De ti! Que no crees en el amor, ni en la bondad, ni en la verdad; por lo menos es lo que él aseguró anoche. ¿Recuerdas?

No pudiste pedir que no te toque, no pudiste gritar que se te entumecía el cuero y se te convulsionaban las entrañas. Los sueños postreros se te vinieron como bandada de halcones, que no existen para nadie, pero sí que se muestran para ti. Una multitud de engaños muy bien acomodados y secuenciales que te picaban la frente y te impedían considerar los hechos con consejo e introspección.

"No me beses, mejor ponme un cigarro en la boca y cuéntame historias de otros. Hoy no quiero saber de ti, estoy harta de ti, de la inconsistencia, del melodrama y la rebuscada afectación de personificarte como un hombre de palabra..." Y lo callaste. ¡Otra vez callaste! Y te quedaste con el pensamiento espinando en la garganta.
¿Por qué lo haces? Por cobarde o por piadosa, pero siempre encuentras un hueco en donde amontonar lo que mutilas.

Haz de cuenta que no lo quieres, imagina que el reloj se detuvo para ti, que no hay quién te apresure a confiarte a nuevas manos que con premura te ataviarán de congojas conocidas y gastadas.
Haz de cuenta que abandonas la pesadez de las palabras y que te configuras en una secuencia inédita y propicia para tu frágil corazón; tan fácil para las taquicardias, tan robusto para los ensayos.
Haz que el erotismo se encierre, que la póstuma extrañeza que se intuye por primera vez duerma largamente y se pierda en un nuevo aguacero seminal.

Es inútil que quieras, es apropiado cedas.
Era de madrugada y tenías que dormir, como a las cuatro se te embriagó la paciencia y pudiste desvestir el dolor. Parsimoniosa y paulatina te fuiste deshojando como si en cada prenda fueras arrancando los dolores. El cuerpo se te tumbó y una sutil mortandad cayó sobre él, la manta fue tu mortaja, el silencio tu desfiladero.

Te alejas, con los atributos que rotuló en ti:
"Aquí yace Fría, Quieta y Ecuánime.
No sabemos quién es, sabemos cómo fue."