sábado, diciembre 21, 2013



HASTA AQUÍ
 


Todo era nuevo, la ciudad, la piel, las memorias.
El encuentro singular y perentorio fue una cita ciega que más que ciega fue la tentación de sabernos y alumbrarnos mientras todo se apagaba alrededor.

La urbe ensombrecida, los pasos apurados y el viento helado que nos lustraba las miradas casi vírgenes, casi huérfanas, como dos niños aislados y desterrados, dos criaturas que estando lejos de casa llevaban la soledad arrinconada como algo que no se dice, como algo que no se llora.

Hasta aquí... Hasta que las máscaras cayeron y los dolores se destaparon con un pasado que se inmiscuye y se garbea, un ayer rancio y maltratador que hoy resulta ser lo mejor y lo único que se posee en el mundo.

Un hábil desmenuzador de personalidades que estruja y que corroe, una estampa tierna angelical que manosea voluntades y se apena con melancolías ficticias. Una palabra lesionada y mártir que pide por favor no ser abandonada, una psique que manosea los futuros y malogra los presentes.

Camina libre y vete a husmear por las inmensidades de lo que quedó escondido, abre las alas y siéntete el salvador y el sostén de quien tu quieras, pues ciertamente tienes alma de dios bienhechor y providencial. Que sea esa tu sentencia, la audacia caritativa de ser un milagrero, de auxiliar, de guarecer y de traspasar todo lo que ignoras y todo lo que eventualmente descubrirás.

Hazlo con la inconsciencia infantil que te personifica, con ingenuidad y abnegación como todo lo que haces, quizá sea esa la razón por la que anhelo que lo hagas, porque eres franco y total, porque eres héroe y tutor, un claro reparador de espurios desvalidos, un tapador de agujeros y un consolador de indefensos.

Es tiempo de descorchar un vino nuevo, de descorrer los deseos taponados con papel de diario, de mostrar los rostros para que el viento despeje las inequívocas desventuras y de velar por los sueños apetentes. Esos que se llevan asidos al corazón y encendidos como una vela que fulge febril, arrebatada y que nunca se acaba ni se aplaca.

Quizá sea una dulce siesta repetida, una somnolencia que ya se empieza a desperezar, un sacrificio que no dormirá el sueño eterno porque perseverará y se disculpará por este intervalo necesario, por este momento valiente y flamante que se yergue en medio del camino y que procura retomar urgente la valiosa senda de un volver a despertar.
 
 
 
 

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